martes, 29 de enero de 2013

Desenterrando la historia sumergida

Playa de la Caleta, Cádiz. Una pequeña cala situada en al gaditano barrio de la Viña que se ha convertido en todo un símbolo para la ciudad. La Caleta tiene un encanto que radica en lo que le rodea: a un lado el Castillo de Santa Catalina, una antigua fortificación prisión y militar con forma de estrella de tres puntas, al otro lado, en un islote al que solo se podía acceder en bajamar hasta la construcción del malecón, el Castillo de San Sebastián dónde los fenicios, primeros moradores de la ciudad, levantaron el templo de Kronos y que en el siglo XVII se convirtió en fuerte para la defensa de la ciudad. Además, en esta última construcción se localiza el faro.

El canal Bahía-Caleta fue puerto natural donde fondearon, hace más 3000, años los barcos fenicios, también las tropas cartaginesas dirigidas por Amílcar Barca, junto con su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal. Asimismo, las fortificaciones en la playa fueron claves para la defensa de la ciudad durante los asaltos anglo-holandeses en los siglos XVII y XVIII, cuando Cádiz era el destino de los barcos comerciales que venían del nuevo mundo.

Con toda esta historia detrás, ¿qué mejor escenario para ubicar un Centro para el estudio del patrimonio arqueológico sumergido?



La gestión del patrimonio cultural y arqueológico fue transferida a la Junta de Andalucía desde el gobierno central en 1984, cuando la España democrática despertaba tras casi 40 años de dictadura. El organismo escogido para la conservación del patrimonio fue la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta. Pero surgió un problema, la arqueología conservada en el fondo del mar requiere unas técnicas, un tratamiento y unas instalaciones específicas.

De este modo, en 1997 ya se crea un servicio especializado para la conservación de este patrimonio. Pero no es hasta el año 1998 cuando  la Junta decidió la creación de la institución que nos atañe, el Centro de Arqueología Subacuática (CAS), que depende directamente del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) con sede en Sevilla.

Del lugar elegido ya hemos hablado, la playa de la Caleta (Cádiz), en lo que antiguamente fuese el Balneario de Nuestra Señora de la Palma y del Real.




Según nos cuenta Carlos Alonso, jefe del Área de Documentación y Transferencia, los objetivos son “conocer el patrimonio arqueológico subacuático, identificar donde se localiza, proponer medidas para que se proteja y actuar para que se conserven también y difundir, además, a la sociedad los trabajos que realizamos y por supuesto, la importancia y valor de ese patrimonio como elemento histórico”.

Y para poder cumplir estas intenciones se realizan una serie de métodos y técnicas bastante complejas y que se desarrollan en seis fases: documentación, prospección, excavación, conservación, interpretación y difusión.

La documentación, la carta arqueológica del patrimonio subacuático andaluz

La primera fase de trabajo del Centro es la documentación, es decir, la identificación a través de la investigación histórico-arqueológica, de lugares donde puedan encontrase restos arqueológicos sumergidos.
La principal vía de documentación es el estudio de los textos escritos, como las cartas cartográficas, conservados en las bibliotecas y archivos que apunten datos sobre naufragios y el lugar donde se produjeron. A partir de estos datos se establece el lugar aproximado donde se pueden hallar restos de embarcaciones, además de otros datos como las causas del hundimiento, su tripulación o la carga que transportaba.

Muchos de estos documentos aparecen recogidos en la, la carta arqueológica del patrimonio subacuático andaluz, creada en 1997 como un catálogo de yacimientos para favoreces la conservación de éstos bajo la tutela de la Institución. Estos yacimientos son de lo más variado y pueden comprender desde ánforas hasta puertos y ciudades sumergidas.

Sin embargo, esta investigación resulta mucho más complicado de lo que parece puesto que los textos no siempre son específicos y no clarifican demasiado el lugar del accidente naval. No es lo mismo que en el texto ponga “se hunde frente a Cádiz”, que “se hunde junto al Castillo San Sebastián”. La información no siempre es precisa y requiere un gran proceso de indagación.

En cambio, en otras ocasiones hay más suerte y el investigador puede consultar fuentes directas, como es el caso de pescadores o buceadores que avisan sobre localizaciones potenciales de yacimientos, porque las han podido observar. Cuando esto ocurre el proceso es mucho más sencillo porque se va directamente al lugar del hallazgo, según las coordenadas dadas.

Pero no siempre ocurre así y para conocer los lugares de los que nos hablan los textos escritos, se recogen las informaciones en una base de datos que, con la ayuda de los sistemas de información geográfica (SIG), obtienen una serie de lugares donde es posible que se encuentren los restos del naufragio. Una vez localizadas las posibles zonas, tiene lugar la siguiente fase: la prospección.

Las campañas de prospección

La siguiente fase del proceso es la prospección, es decir, la localización de los restos de los que previamente nos hemos documentado. Este es un proceso muy costoso y complejo. No obstante, el avance tecnológico ha facilitado la labor de los investigadores. Podemos distinguir dos tipos de prospección: por un lado la prospección intensiva y, por otro, la prospección extensiva o exhaustiva.

El primero de los casos tiene lugar cuando el lugar del hallazgo está más delimitado y no se necesita un rastreo extenso. En este caso, el encargado de la prospección es un buceador, excepto si la profundidad es mayor. El otros sistema es la prospección extensiva, que se realiza cuando la zona a explorar es bastante más amplia. A través de unas sofisticadas herramientas geofísicas que “se remolcan desde un barco y van haciendo una búsqueda sectorial”. Estos sistemas son acústicos, es decir, envían una señal al fondo del mar y, midiendo la intensidad del eco, ofrecen una imagen del fondo marino. 

También encontramos otro tipo de equipos, los magnéticos, que ayudan a localizar elementos metálicos sumergidos. Esta prospección detecta rastros materiales en el fondo sumergido. Es en la zona de mayor concentración de estos elementos donde se va a realizar la excavación porque, según explica Carlos Alonso, “es bastante más probable que este sea el lugar exacto del hundimiento y que la corriente han ido moviendo lo demás”. De esta forma, se obtienen las coordenadas exactas donde existen posibles restos arqueológicos. Posteriormente, los arqueólogos y buceadores van directamente a esos sitios donde hay indicios.

La excavación

Tras la demarcación de la zona del yacimiento comienza el proceso de excavación. Esta zona se referencia a través de una serie de puntos fijos que se unen a través de cuadrículas de cuerdas o corondeles, que demarcan la zona a excavar. Estas zonas se suelen subdividir en otras más pequeñas.  

Cuando una embarcación lleva muchos siglos hundida es normal que vaya siendo cubierta por una capa de sedimentos. Para llevar a cabo esta labor,  se usa una manga de succión, una especie de aspiradora, para absorber los sedimentos. Esta arena va pasando por un filtro, para evitar la pérdida de objetos pequeños. Estas capas de sedimentos se van levantando una a una hasta que se van encontrado restos. Estos yacimientos se posicionan cada uno con respecto a las distancias que le separan desde esos extremos de la cuadrícula fijados y la profundidad a la que estén. Además,  estos restos se van situando en 3D a través de un sistema informático.
Fuente: http://www.iaph.es/web
Mientras se está realizando la succión es imprescindible ir inventariando los restos que van apareciendo, lo que es decir, se van dibujando, con lápiz sobre un papel especial hecho de poliéster sobre una tabla rígida, los vestigios que se van descubriendo. A su vez, también se van realizando fotografías y vídeos para registrar el yacimiento y obtener una visión general de él.

Esta excavación nunca suele ser completa porque los restos que llevan siglos sumergidos pueden sufrir desperfectos. Por ello, se realizan pequeños sondeos que permiten conocer la tipología del yacimiento y la cronología. Estos datos nos van a permitir la adscripción, es decir, conocer de que barco se trata, consultando en las bases de datos del Centro los naufragios que sucedieron por aquella zona y ver cuál de ellos se asemeja a estas características materiales y se corresponde con la cronología determinada. La finalidad de la arqueología submarina está más encaminada a obtener el conocimiento histórico de los restos que a extraerlos y exponerlos en la superficie.

No todos los descubrimientos son llevados a la superficie, sino los que son más indicativos. Esta extracción es bastante complicada por las condiciones en las que se han encontrado los restos durante mucho tiempo. Por eso, es vital mantenerlos húmedos a su llegada a los laboratorios de tierra firme. Dependiendo del estado de conservación de los pecios se utilizará uno u otro sistema para la extracción: grúas, cestas, globos, etc.

Lo último que se realiza en el fondo del mar es cubrir el yacimiento con materiales como geotextil o planchas metálicas y colocar de nuevo encima el sedimento sobre los restos que queden sumergidos, a fin de que sigan conservándose.

¿Qué hacemos con los restos que se sacan? La restauración

Lo primero que se realiza ya en tierra firme es intentar preservar las piezas. Podemos distinguir en esta conservación distintos procesos, dependiendo del material del que se tárate (cerámica, metal y madera).
Cuando se trata de cerámicas y metales se lleva a cabo la desalación de los restos extraídos, ya que los cambios físicos y, sobre todo, químicos al secarse las sales que quedan dentro del objeto harían aumentar el volumen dichas sales, destrozando de esta manera la pieza.

Fuente: http://www.iaph.es/web/

Por tanto, hay que quitarle al elemento la sal ¿Y cómo se realiza este proceso de desalación? En el caso de la cerámica “como si fuera bacalao” comenta Carlos Alonso. En efecto, el proceso de desalación consiste en introducir los restos en agua potable, desmineralizada. Para completar el proceso hay que cambiarle constantemente el agua, hasta que, finalmente, las sales desaparecen. Los metales, en cambio, se desalan mediante la electrolisis, es decir, aplicando electricidad.

Por otra parte, en los objetos de madera es el agua que se ha introducido en el interior de la pieza quién hace peligrar la estructura. Para solucionarlo, se aplican productos cerosos (la cera) que se diluyen, penetrando en la madera.

Una vez desalados, los elementos se someten a un proceso de limpieza de la pieza, que permita a los arqueólogos entenderla y comprenderla mejor. En el caso de que los materiales estuviesen fragmentados, es en esta parte del proceso cuando son unidos. Finalizada la restauración, se interpretan los restos.

La interpretación, el conocimiento del pasado

Esta, quizás, sea la parte más importante del proceso, pues es la que nos va a permitir definir totalmente el yacimiento. La investigación, el estudio material, de los arqueólogos va a determinar la historia que se oculta detrás del hundimiento: la tipología, la carga, la época, las causas del hundimiento, etc.
Los investigadores intentan en esta fase “resucitar el pasado”. Se podría decir que buscan responder a estas tres preguntas: ¿Qué es? ¿Para qué fue hecho? ¿Cómo se utilizaba?.

La trasferencia de los resultados

Una vez estudiadas y clasificada las piezas, se realiza una difusión de los resultados de la investigación y de los descubrimientos. El Centro de Arqueología de Andalucía, por el hecho de ser una institución pública, ha tenido que difundir sus hallazgos. Y esta difusión se realiza en varios niveles:


Una difusión en un marco científico, es decir, a través de publicaciones especializadas en diversas revistas (como National Geographic), monografías, participación en congresos, etc.

Un difusión encaminada a un público más general, pero profesional, a través de la revista PH del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH), institución de la que depende el Centro.

Una difusión aún más general, mediante exposiciones y publicaciones en prensa no especializada. Hasta este momento en el Centro se han realizado cuatro exposiciones: “El CAS, un proyecto de futuro”, “Bajo el mar”, “Los naufragios de Trafalgar” y “Historias bajo el mar”.

Difusión específica para escolares, creando, incluso, material específico para mostrar la arqueología subacuática tanto en el aula como fuera del aula, por ejemplo con talleres en la playa.

El servicio de visitas guiadas al Centro.  


Difusión específica para escolares, creando, incluso, material específico para mostrar la arqueología subacuática tanto en el aula como fuera del aula, por ejemplo con talleres en la playa.


Sin embargo, esta difusión nunca es completa puesto que, como ya hemos señalado, la mayoría de los yacimientos se conservan “in situ” en el fondo del océano por razones de conservación. Ante este, Carlos Villalobos señala que el Centro ha preparado un proyecto para la puesta en valor de los hallazgos sumergidos, es decir, que la gente pueda ir a ver los pecios sumergidos en el fondo del mar. Según nos comenta la fase teórica está totalmente preparada, pero la ejecución depende de la Consejería de Cultura de la Junta. Esta iniciativa no es nueva y ya se han proyectado parques y musos arqueológicos subacuáticos en varias zonas del mundo, como para la ciudad sumergida de Baia en Nápoles (Italia) o el proyecto Bahía de Alejandría (Egipto).

Pero no queda aquí el proceso de difusión. El Centro de Arqueología Submarina de Andalucía, gracias a la financiación del Ministerio de Innovación, Ciencia y Tecnología, ha desarrollado un apartado en la web del IAPH (ver aquí) bastante completa en cuanto a la exposición del patrimonio arqueológico andaluz sumergido. Aunque, sobre todo, sobresale el proyecto sumérgete, iniciado en 2010, y que consiste en un recorrido virtual por la arqueología subacuática, con un gran valor didáctico. En esta web podemos encontrar desde vídeos explicativos hasta los paneles expositivos de las muestras que se han realizado.

Pero difusión no es lo único que podemos encontrar en la web, también existe un apartado en el que se pide ayuda en la sociedad. Uno de los más grandes problemas que se ha encontrado en la conservación del patrimonio sumergido es el expolio y la destrucción de restos de gran valor arqueológico. Por ello, el Centro ha colocado un formulario en la red para que aquel que haya encontrado un vestigio arqueológico lo comunique al Centro para la conservación de dicha pieza.

Fuente: http://www.iaph.es

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